Mi hermano empezó a jugar al tenis y me convertí en su puta

Hola queridos lectores. Mi nombre es Rocío y tengo 19 años, soy autora primeriza así que espero que sepan perdonar mis fallas, he recibido muchos consejos y apoyo así que traté de mejorar la ortografía y la redacción, perdón si vuelvo a cometer faltas, perdón. En mi anterior relato conté cómo mi instructor de tenis y dos negros me hicieron su putita a base de calentarme poco a poco.


Ya pasó una semana de aquello y los tres me usaban a su antojo. El viejo verde de mi instructor lo hacía en su oficina pero a los dos negros les encantaba utilizarme juntos en los vestidores. Como mi culito aún no estaba preparado para recibir sus enormes trancas, se decidían solo a follarme por el ano con dos dedos mientras el otro me daba duro por mi coñito. La verdad es que a veces me dolía un montón pero debo confesar que la dureza también me excitaba un poquito, por lo que esos dos me volvían loca hasta el punto de ni siquiera ser capaz de hablar fluido o pensar con claridad cuando me follaban.

Tras terminar mi entrenamiento, en donde por cierto lo practico sin mallas ni ropa interior por orden de mi instructor, se acercó él:  

-Muy bien, Rocío, ya te puedes ir a casa – rarísimo que no se me haya acercado a tocarme, o a exigir el uso de mi cuerpito.

-¿En serio, señor Gonzáles?

-Sí, ¿o quieres quedarte un ratito conmigo?


La verdad es que sí quería quedarme. Pero por un lado no quería decirle eso, no quería quedar como una putita adicta al sexo, no iba a admitirlo al menos no fácilmente. Ellos solo creían que yo aceptaba las  guarrerías por el chantaje que me hicieron.  

-Me quiero ir a mi casa, pero… Profe, la verdad es que me duele un poquito el tobillo, tal vez si da unos masajitos se me pasará.

-Ah, ¿pero otra vez ese tobillo, Rocío?

-Síiii –mentí-. Me lo he aguantado toda la tarde, pero cuando los swings me salían perfectos, no quise dejar la cancha.

-Mírate nada más, te pareces una profesional. Pero la próxima vez no vamos a forzar esta piernita, ¿vale?

Se acuclilló y tomó de mi pie. Yo gemí como una cerdita, porque sé que eso le calienta mucho.

-No parece estar hinchado…

-Pero me duele mucho, por favor profe –le puse una carita de pucherito.

-Tengo un spray por aquí, déjame buscar.

La verdad es que podría pasar toda la vida buscando su maldito spray, yo ya me había anticipado y lo lancé lejos, hacia los arbustos que lindaban la cancha de tenis cuando tuve la oportunidad. De esa manera tendríamos que ir a su oficina en búsqueda de un repuesto.

-Vaya, Rocío… no encuentro el spray.

-Seguro que en tu oficina tienes más, los he visto – los vi en un estante una tarde, cuando me llevó para comerme el coño como recompensa por haber mejorado mucho mis golpes.

-Joder, muchacha… la verdad es que por hoy quería evitar cualquier tentación contigo, pero no me queda otra. Vamos.

Y así fuimos. Yo estaba calentísima pero estaba disimulando muy bien, rengueando débilmente como si realmente estuviera lastimada, llevada de su brazo. Enredé mis dedos entre los de él para acariciarlo un poco pero muy extrañamente mi instructor se portaba muy bien. No entendí por qué no quería jugar conmigo, pero si quería guerra la tendría, lo iba a calentar hasta que me dé lo que yo anhelaba: su tranca venosa.

Y por suerte lo conseguí, no se aguantó: Él ya estaba sentado en su silla, yo debajo del escritorio. No sé por qué razón se le ocurrió meterme allí, pero bueno, me pidió que le hiciera una mamada. A mí me costaba acostumbrarme al olor de la polla de ese maduro, pero poco a poco y con la costumbre me estaba volviendo adicta a ella. No era tan grande como la de los dos negros, ni siquiera como la de mi cornudo novio, pero era el pedazo de carne más experto de todos ellos y el que más me hacía delirar cada vez que entraba en mi conejito.

Mamársela es de lo más cansador porque parece que el cabrón tiene un aguante bestial, no miento cuando digo que he estado más de veinte minutos chupándosela en los vestidores esperando que me regalara toda su espesa y caliente leche. Mi boca y mi lengua realmente se cansaban y llegaba hasta a doler de tanto chupeteo. Además el señor tiene la mala costumbre de agarrarme de mis pelos, meterme un pollazo hasta la campanilla, y sujetarme bien fuerte para correrse todo directamente en mi garganta, sin darme tregua ni posibilidad de desperdiciar una mísera gotita.

Cuando mi lengüita tocaba la puntita de su polla, jugando con ese agujerito de donde sale la leche, y con mis manitos jugando con sus huevos y con su tranca, escuché que la puerta se había abierto. Al principio me dio un poquito de corte y dejé de chupar, pero rápidamente me dio un golpecito en mi cabeza para que siguiera con lo mío. Así pues seguí lamiendo el falo mientras esa desconocida persona entraba en el lugar. Una voz de hombre mayor y muy conocida le dijo:

-Buen día, Instructor Gonzáles. ¿Ha visto a mi hija Rocío?

-Ah, es usted su padre. Le estaba esperando, por favor siéntese. Por cierto, su hija ya se fue hace rato, creo que dijo que iba a la casa de una de sus amigas a pasar el resto de la tarde.

En ese momento toda mi calentura bajó hasta el suelo. Quise dejar de chupar su verga pero el cabronazo de mi instructor hizo presión con su mano para que mi boquita no le abandonara. Y así, impotente, seguí ensalivando y succionando débilmente, atenta a la charla.

-Ah, ya veo, se ha ido temprano. Pues nada, vine a preguntar cómo le va a mi hija.

-Pues le va de fábulas, es una buena muchacha, muy aplicada y siempre da el 100%.

Eso me gustó mucho, muy orgullosa aumenté la fuerza de mi lengüita sobre esa polla.

-Me alegra oírlo. Yo ando muy ocupado y no puedo compartir mucho con ella, así que me alegra que esté en buenas manos.

-Me halagan sus palabras, señor. Pero solo hago mi trabajo.

-Vamos al grano, que no tengo tiempo. Me gustaría inscribir a mi hijo también, que, siendo sincero, es un vago. Creo que la disciplina y el deporte le harán bien, que pronto comenzará la universidad y parece que no endereza su estilo de vida.

¡Eso sería terrible para mí! Apreté los huevos de mi maduro amante y también mordí muy ligeramente ese enorme glande, dejándole claro que yo no quería que aceptara a mi hermano como alumno. Él se removió un poquito, como queriendo escapar de mis dedos y mis dientes, pero yo lo sujetaba fuerte al cabrón. No quería que aceptara eso, sería el fin de mis tardes de sexo con él y los negros, con mi hermanito pegado a mi lado durante todo el entrenamiento.

-Va a ser un placer tener al hermano de Rocío aquí, señor.

Me enojé muchísimo, le di un mordisco, pero el instructor no mostró ninguna queja.

-Muy amable de su parte, instructor, le dejo con sus asuntos.

-Adiós, señor.

Cuando cerró la puerta, salí del escritorio con mi carita evidentemente muy enojada. Y muy roja, que apenas podía respirar con su polla hasta mi garganta. El instructor me tomó de la mano cuando yo amagué irme de la oficina:

-¿Pero qué te pasa, mi putita?

-Ya veo que me vuelves a hablar como el viejo verde de siempre.

-¿Ves por qué no quería que te quedaras? Sabía que tu papá vendría a visitarme. Pero bueno, la verdad es que estuvo muy morboso.

-¿Va a aceptar a mi hermanito como alumno, Señor Gonzáles?

-Venga, marranita, no te me enojes. Ven que te voy a dar bien duro como te gusta. Hoy probaré meterte tres dedos en el culo, seguro que ya puedes aguantar.

-Estoy muy enojada, señor Gonzáles. ¡Me voy!

Cuando me alejé me dijo:

-¿Pero no te dolían los tobillos? ¡Ja, todo fue una excusa para venir aquí!, ¿no, putita? Por cierto, Rocío, tú no tienes ningún tipo de autoridad. Véngase para aquí, apóyate del escritorio y pon el culito en pompa.

Yo estaba nerviosa, vale, pero esas palabras me hicieron mojar un poquito por dentro. Así que me acerqué como me pidió, con la cara falsamente rabiosa, no sin antes sacar de mi bolsita un pote de vaselina. Si me iba a follar por el culo con sus dedos al menos debería tratar de hacerlo de la manera menos dolorosa posible, que yo no estaba para aguantar que me volviera a partir en dos.

-Vale, Señor Gonzáles, perdón. Pero por favor use la crema que en los últimos días me duele solo de sentarme.

-¿Te has traído vaselina?

-Sí, apúrese que no tengo tiempo para esto, Señor Gonzáles. Cuanto antes terminemos, mejor – Perdón padre, por ser tan mentirosa. Me levanté y remangué mi faldita muy arriba, y me sujeté del escritorio. Abrí bien mis piernas y miré a mi instructor.

Se untó la vaselina por los dedos de una mano, se levantó y se dirigió detrás de mí. Me dio una nalgada muy fuerte, pero resistí. Sabía que me daba nalgadas porque estaba haciendo algo mal. Puse mi cabeza en el escritorio a modo de apoyo y llevé mis manos en mi trasero, separé mis nalgas lo más que pude para que él pudiera penetrarme a gusto.

-¿Ya te has lavado el culito?

-Sí, Señor Gonzáles, puede hacerlo sin miedo.

-Muy bien. Por cierto, mi putita. ¿Ves el televisor frente a ti?

-¿Qué pasa con ese televisor, profe?

Un dedo empezó a entrar en mi ano. Chillé un poquito pero ya me estaba acostumbrando. Volví a mirar la TV. No podía creerlo, estaba viendo cómo los negros me estaban montando en los vestidores. Yo estaba siendo brutalmente follada, aplastada entre esos dos enormes tíos. Chillando y revolviéndome como loca. Para qué mentir, eso me excitó un montón:

-No puedo creer que me has vuelto a filmar, profe. Eso es asqueroso, no puedo verlo más.

-No seas ingenua, mi putita. Siempre filmamos. Algún día aprenderás a hacerlo tú también.

-¡Aaauuchhh! Mffff… ¡Duele-duele-duele!… -dos dedos ya entraban y me follaban el culo de manera violenta. Dejé de abrir mis nalgas y me sujeté de nuevo en el escritorio.

-Vas a venir con tu hermano todos los días, putita, ¿entendido?

Empezó a estimular mi clítoris. El cabrón ya me conocía muy bien. Yo gemía como una cerda, viendo la TV, sintiendo sus dedos pervertidos. Mis tetitas se bamboleaban sobre la mesa, de hecho un par de bolígrafos y carpetitas se cayeron al suelo por eso. 

-Vaaaaleeee joderrrr… me da iguaaallll…

-Veremos qué tan puta eres, te tengo preparado un plan.

-¿Plan? Ufff… ¡Aauuuchhh, jodeerrrr cabronazoooooo dueleeee!

Me corrí muy rápido. Con tres dedos en el culo y otros entrando en mi chochito visiblemente húmedo y enrojecido. Me quedé así, babeando y gimiendo débilmente sobre su escritorio, mirando de reojo cómo me montaban esos dos negros hermanos en la TV. Pero la tarde era muy larga y seguro que mi maduro amante tenía más guarrerías preparadas.

………………….

Al día siguiente yo y mi hermano Sebastián íbamos juntos al predio. No vivimos muy lejos, pero aun así sentí que toda la caminata era incomodísima y parecía muy larga. Para colmo mi hermano no le gustaba la idea de practicar, y menos conmigo. Que si era por él se dedicaría a jugar fútbol con los muchachos del barrio.

-Oye, flaca, ¿cuánto más falta para llegar?

-Solo hemos caminado diez minutos y ya te estás quejando, Sebastián.

-Vaya mierda, debería estar mi novia en el Mall o en cualquier otro lugar. Pero no, estoy aquí contigo.

-Mbufff, yo más que nadie deseo que estés bien lejos de aquí. Esto es una pesadilla.

-Sé que en el fondo me quieres, Rocío –dijo abrazándome.

No es verdad, en serio, yo creo que el cabrón es adoptado o algo. Si no fuera porque sus ojos y su nariz son idénticos a los míos... Pero me niego a pensar que comparta sangre con un subnormal como él, que cambia de pareja al dos por tres. Y para colmo es hincha del Peñarol, yo que soy seguidora de Nacional, su equipo archirrival.

Lo último que yo quería era escuchar su voz. Como dije en su momento, cada vez que lleva una chica a la casa para montarla, no puedo evitar oír sus gemidos pues su habitación está pegada a la mía, oigo los jadeos y groserías varias que se gasta aprovechando que no está mi padre. Es un asqueroso, básicamente.

Llegamos y se presentó a mi instructor. Se quedaron hablando un rato y yo aproveché para cambiarme en el vestidor. Fue cuando los negros entraron en el lugar y, muy a su estilo, me arrinconaron contra la pared para meterme dedos y lengua sin darme tiempo ni de respirar.

-Hola putita, ¿cómo estás?

-¿Nos extrañaste? Ayer no pudimos verte, seguro que el profe gozó todo este cuerpito para él solo.

Yo me hice de la remolona e hice fuerza para salirme de sus manos perversas.

-¡Basta! No, no les extrañé, por mí como si nunca vuelven aquí, par de pervertidos – mentí, claro que extrañaba el contacto de esos pollones. Era lo único en lo que pedía pensar en la noche anterior mientras yo y mi novio nos besábamos en el portal de mi casa. No me sé aún el nombre de esos dos hermanos pero es lo que menos me interesa de ellos, sinceramente.

-¡Ja, seguro que sí! Nos ha pedido el Señor Gonzáles que nos aseguremos que te quites las mallas.


-¿Pero por qué debería quitármela, tontos? Voy a entrenar con mi hermano, este juego ya no puede seguir. Si queréis usarme lo haremos luego del entrenamiento cuando él se vaya.

-¿Te tengo que recordar quién es el que manda aquí? – dijo el otro negro, que me aplastó contra la pared para meterme su lengua en mi boca.

-Ufff… bastaaa…

El otro empezó a meter sus dedos bajo mi faldita para masajear vulgarmente mi chumino, la meció bajo mi malla y buscó mi puntito que poco a poco se humedecía.

-Rocío, vas a entrenar sin las mallas. ¡Es una orden!

-Diossss… estás loco, no haré eso… ufff…

El cabronazo me pajeó la concha con maestría, separaba mis pequeños labios vaginales y buscaba mi clítoris. Yo me volvía loca y apenas podía hablar, pero con lágrimas en los casi cerrados ojos intenté armar una frase:

-Está bien… mffff… ufff… valeeee… lo haré, lo haré… pero déjenme en pazzzz…

-¿Me recuerdas quién eres, mi amor?

-Bastaaaa… diossss, suficienteeee… soy vuestra putita, valeeee…

-¡Jaja, eres increíble!, es darte una paja y convertirte en perra.

-Ahora quítate la malla y ve a la cancha, putita -ordenó su hermano.

No sé si existe alguien tan hijo de puta como para calentar a una chica de esa manera para dejarla luego a medias. Son un par de imbéciles, encima se llevaron mi malla, oliéndola y riendo mientras yo, muy calentita y algo cabreada, me dispuse a prepararme.

Llegué a la cancha y mi instructor se acercó:

-Vas a jugar un set contra tu hermano, ya estará terminando de calentar.

-No tengo mallas, profe – le susurré –. Y ese muchacho es mi hermano. Va a verme TODA. T-O-D-A.

-Si pierdes el set te vamos a follar yo y los negros en el vestidor, a modo de castigo. Ahora prepárate. 

-¿Qué?

Me palmeó la espalda y se sentó en el banquillo. Los dos negros le acompañaron muy sonrientes.

Yo me posicioné en mi puesto. Por un lado no quería hacer movimientos bruscos para levantar mi faldita y revelarle a mi hermanito que estaba sin mallas. Yo quería perder para que ellos me follaran entre los tres, era lo que yo anhelaba pues me dejaron muy calentita, pero tampoco quería que fuera muy evidente que me iba a dejar ganar.  

Mi instructor gritó:

 -¡Rocío, tu hermano va a sacar. Apóyate sobre las puntas de los pies, da pequeños saltitos a la espera del remate!

-Ya lo sé, cabrón, no es a mí a quien deberías dar clases –dije inclinándome, dando ligeros saltitos, mirando fijamente la bola en la mano de mi hermano.

-¡Ahí va, flaca!

La verdad es que yo esperaba mucho más de un hombre. Ese muchacho sí que era malo, la mayoría de sus remates iban en las redes o eran fáciles de devolver. Así, en un santiamén, el set se puso 1-0 a mi favor sin mucho esfuerzo.

-¡Sebastián, mira la bola, mira sus pies, sus manos, anticípate a sus movimientos! –gritaba el entrenador.

-¡No voy a perder contra una chica, flaca! ¡Toma!

Qué irónico, pues yo quería perder para ser montada. Ese último remate me exigió más de lo normal, por lo que tuve que correr tras la bola para poder devolvérsela. Sin darme cuenta el esfuerzo hizo que se levantara mi ya cortita falda y revelara mis carnes. Mi hermanito lo vio y se quedó estático, mirándome a mí y no la bola que pasó a su lado.

-¡Sebastián, qué cojones te pasa! –gritó el entrenador-. ¡Fíjate en la bola, en la bola!

Los negros se rieron. Uno de ellos sacó mi malla que la tenía guardada y lo olió, mirándome pícaro. Yo aún estaba a tope, y la verdad es que ver a mi hermano embobado por mi culito y mi entrepierna me pareció cuanto menos excitante.

El resto del juego me pasé exagerando los movimientos para revelar mis nalguitas y la bella mata de pelos que estaba encima de mis mojadísimos labios vaginales. El set ya estaba 5-0 a mi favor, y me di cuenta que yo no obtendría la carne que exigía mi cuerpo. Mi hermano, con una media erección evidente, poco podía hacer para ganarme. Así que le grité:

-¿¡Pero qué te pasa, Sebastián!? Sostén fuerte del mango.

-¿¡Qué dices!? ¿De qué… qué mango hablas?

-De tu raqueta, imbécil –dije mirando su casi evidente erección-. Cuando llega el momento de golpear el golpe de drive, tu cuerpo debe estar de lado, perpendicular a la red. Tú eres diestro, así que la punta de tu pie derecho debería apuntar al poste de la red de mi izquierda.

-¡Bien dicho, Rocío! –gritó uno de los negros.

-Escucha a tu hermana, Sebastián, ella sabe –dijo mi orgulloso entrenador.

Se sacudió la cabeza mientras yo trataba de bajar un poquito mi faldita. Si yo quería perder, necesitaba que el cabroncito se concentrara en el juego y no en mi mojado coñito. Hice de todo, dejé pasar golpes muy fáciles, le puse en bandeja de plata remates que me dejarían de contrapié. Y así, con mucho sacrificio y con una gran sonrisa en mi rostro, conseguí perder ante el peor jugador de tenis de la historia.

-¡Te vencí, Rocío!

-Es la derrota más sabrosa de mi vida – me dije a mí misma, mirando de reojo a mis tres amantes en el banquillo.

-Creo que por esta tarde es suficiente, Sebastián –mi entrenador se levantó y le dio unas palmadas en el hombro-. ¿Cómo estás, hombre?

-¡Buf!, un poco cansado, Señor Gonzáles.

-Pues claro, te falta ritmo. Ve a las duchas a descansar, por hoy hemos terminado.

Luego se acercó a mí, que yo estaba tomando agua de una botella que los negros me pasaron.

-Lo has hecho mal, putita. Seguro que lo has hecho adrede para que te montemos en las duchas.

-No, Señor Gonzáles, es que me da mucho corte jugar contra mi hermano estando yo sin mallas. Por eso perdí.

-Pues nada, tú también puedes ir a cambiarte e irte a tu casa.

-¿Pero qué dices, profe, no habrá castigo?

-¡Ja! Esta putita quiere pollas, perdió adrede –dijo uno de los negros.

-No quiero nada de ustedes cabrones, estoy bastante feliz de que no haya castigo –fingí una sonrisa mientras llevaba la botella a la boca.

-Te irás a tu casa y se acabó, marranita – me dijo dándome una fuerte nalgada que hizo que el agua se desparramara toda por mí.

Y así siguieron los siguientes días de entrenamiento. Mis tres amantes no me tocaban más que un poquito antes de jugar, en los vestidores, y me soltaban al campo toda caliente para jugar o entrenar con mi hermano. Para colmo el instructor me pedía que ayudara al chaval a adoptar una buena posición, decirle cómo recibir los golpes y consejos varios que requerían de contacto físico de mi parte. Obviamente mi hermano se calentaba un montón porque sabía que yo lo hacía sin nada debajo de mi faldita. Más de una vez en busca de explicarle cómo agarrar su raqueta, terminé rozando la polla morcillona.

Tras una semana ya, sin recibir contacto de parte de los negros, del viejo verde e incluso de mi novio que hizo un viaje familiar, recibiendo solo leves caricias antes de empezar las clases de tenis, yo estaba demasiado caliente. No sé si mi entrenador estaba jugando conmigo, acercándome más y más a mi hermano, calentándolo a él con mis carnes y dejándome a mí evidentemente excitada de tanto toqueteo, pero la verdad es que ese viejo verde sí que conoce mañas, no me extrañaría que su plan maestro fuera que yo terminara loca por Sebastián.

Esa noche el cabrón de mi hermano se trajo de nuevo a su novia a casa, pues papá salió. Yo escuchaba los jadeos y movimientos de la cama detrás de mi pared. Normalmente yo me bajaría a la sala para escuchar música bien fuerte, pero como estaba tan cachonda no pude evitar meterme dedos con una manito, mientras con la otra sostenía un vaso entre la pared y mi oído a fin de escuchar mejor a Sebastián y la putita de su novia.

Media hora después él se despidió de ella en la puerta de la casa, y quiso voler a su habitación, subiendo por las escaleras. Pero me aparecí para atajarle. Yo estaba tan solo con una remerilla de tiras que no me tapaba mi ombligo, y con un pantaloncillo muy cortito y apretado. Mi mirada molesta, cruzada de brazos.

-Joder, flaca, me has asustado. ¿Qué te pasa?

-Eres un marrano, eso pasa. ¿Hasta cuándo tengo que soportar tus gritos?

-A ver, ¿yo un marrano? Mira, no quería decírtelo, pero me asombra que me lo diga una chica que ENTRENA TENIS CON EL PUTO COÑO AL AIRE.

Me quedé rojísima, era la primera vez que me lo sacaba a colación.

-Me incomodan las mallas, es todo.

-Claro que sí, Rocío, claro que sí. He visto cómo miras al entrenador Gonzáles, y también a Richard y Germán.

-¿Quiénes son Richard y Germán?

-Los dos negros, tonta.

-Con que así se llaman…

-Se lo voy a decir a papá, Rocío.

-Vaaaale, idiota, no se lo digas. Yo no diré nada al respecto de la novia que traes cuando él no está.

-Genial, estamos a mano, hermanita. Entonces solo se lo diré a tu novio, Christian.

-¡Te mato, infeliz! ¿Qué más quieres?

-La verdad es que me pareces una puta. Pero una puta muy bonita –me sonrojé, la verdad -. De hecho creo que eres más bonita que cualquiera de las novias que he tenido.

-Te odio, cabrón, eso lo dices porque soy tu hermana.

-No, en serio, Rocío. Yo estoy caliente de tanto toqueteo en la cancha, tú lo sabes bien. Y sinceramente con mi novia no logro contentarme, es una puta remilgada que no quiere ni chupar mi polla.

-¡Controla tu lenguaje, cabrón!

-Venga, Rocío, si hubiera una chica más bonita que tú, no estaría aquí proponiéndote algo indecente. No se lo diré a tu novio si accedes – me tomó de la mano. Si antes yo estaba roja, no sé cuál sería el color intenso de mi rostro. Era demasiado halagador. Él es guapo, pero es mi hermano también. Le solté la mano y le di una bofetada cruel, solo para encerrarme en mi cuarto. El resto de la noche se la pasó golpeando mi puerta y llamándome a mi móvil, pero yo me limité a no hacerle ningún caso, a ponerme un auricular enorme y escuchar mi música, volviéndome a tocar mis pequeño y mojadito puntito imaginando que mi propio hermanito me daba una follada en su habitación.

El maldito entrenador había obtenido lo que quería. Yo estaba con ganas de mi hermano. Es un cabronazo mañoso, lo admito. Con rabia, con dos deditos entrando y con mucha excitación me corrí muy rico. Simplemente no estaba lista para dar ese paso en la vida real.

Al día siguiente llegamos al entrenamiento pero separados. Yo no iba a hablarle más, o al menos eso quería que él pensara. En el vestidor, los dos negros me hicieron una rica paja a mi clítoris mientras el otro me chupaba las tetas y mordisqueaba mis rosaditos pezones. Y como siempre, me dejaron a mitad solo para poder entrenar cachonda y con muchas ganas.

-Chicos, estoy harta de esto… mmffff… diosssss…

-¿Qué te pasa, perrita? ¿Quieres que te follemos como antes?

La punta de su polla se restregaba por mi rajita. Yo gemía como una maldita perrita en celo. Quería que me follaran duro y sin piedad.

-Cabronazossss… claro que síiiii… todos los días me dejáis a mediassss… ufff…

-Te jodes, princesita. Ahora ve a entrenar –dijo quitando su gigantesco glande de mi mojado chumino.

-Nooo… por favorrrr… solo un ratito, no le diré nada al Señor Gonzáles – le tomé de la mano a uno de ellos y lo traje para lamer un poquito sus enormes dedos. Lo que daría para que me la metiera un ratito más, ¡diossss! Le puse una carita de pucherito otra vez con la esperanza de que se apiadara de mí y me hiciera correr como cerdita.

-¡Jajaja, serás puta! –dijo su hermano.

-Lo siento, ¡a entrenar, Rocío!

Y otra vez de vuelta al entrenamiento. Estaba yo tras mi hermanito tratando de explicarle cómo jugar, poniendo mis manos en su cintura y trayéndolo junto a mí. Ni él ni yo entendíamos por qué mi padre le pagaba al entrenador, la verdad, ¿solo para mirarnos desde el banquillo?

-Sebastián, es importante finalizar el golpe de drive con la raqueta por encima de tu hombro izquierdo, ya que eres diestro. Recoge el cuello de la raqueta con la mano izquierda. Al finalizar el golpe, deberías quedarte parado.

-Vale, Rocío. Por cierto… quiero follarte –me susurró.

-¿Qué dices, cabrón?

-Te esperaré esta noche en la cocina. A las ocho, ¿qué dices? Papá volverá a salir por cuestiones de negocios. Mi novia quiere venir pero le dije que se vaya a la mierda, que encontré a la mujer de mis sueños.

Lo admito, si antes me dejaron caliente los negros, eso casi me dio un orgasmo instantáneo. También me dio mucha ternura, para qué mentir: “La mujer de mis sueños” ha dicho, ni siquiera mi novio me ha dicho algo tan bonito. Para colmo noté que mi hermano tenía la polla erecta bajo el short deportivo. Si mi instructor y los negros no iban a darme carne, entonces decidí que yo lo obtendría de alguien más.

-Jamás haré guarrerías contigo, pervertido – le susurré –. Ahora fíjate en la bola.

………………

Bajé a la cocina para tomar agua. Coincidentemente fui a la hora en la que me esperaría mi hermano allí. Y fui con una faldita muy corta y una remerilla también cortita y desgastada. Me hice de la sorprendida cuando lo vi sentado en la silla del comedor, como esperándome. Me sonreía mucho, pero yo hice como si no estuviera allí. Me dirigí a la heladera:

-Rocío, sabía que vendrías.

-Si supiera que tú estarías realmente esperándome, no vendría a tomar agua – mentí. Abrí la heladera y me agaché mucho para coger una jarra.

-Flaca, qué culito tienes.

-Eres un pervertido asqueroso – cargué el agua en el vasito y lo tomé.

-¿Vas a derramarte el agua por la remerilla, verdad?

La verdad es que el desgraciado me pilló. Solo por eso decidí no derramármela.

-No haré eso ni en tus sueños, tarado. Quítate esa idea loca que tienes en la cabeza.

Tomé el agua rápidamente y me acerqué a un florero. Esa tarde había escondido una cámara allí, apuntando la mesa de la cocina. Mi hermano ni enterado del tema, y apreté el botón REC.

-Venga, Rocío, estoy que me muero por ti –me tomó de la mano. Yo no pude disimular mi rostro colorado. Varios días sin recibir mi ración de sexo, con la calentura a tope terminó por destruirme. Y mirándolo con ternura le pregunté:

-¿Realmente quieres hacerlo? Somos hermanos, imbécil –nunca en mi vida dije una grosería con tanto cariño.

-Mi corazón no me engaña, flaca.

-“Flaca” dices… -me acerqué a él y puse mi mano en su mejilla para acariciarlo-. Jamás en la vida me rebajaré a follar contigo, pero de hacerlo… ¿serías tierno conmigo, Sebastián?

-¿Tierno, yo? No, no seré tierno y lo sabes, que siempre me escuchas tras la pared cuando follo con mi novia. Digo, a mi ex. Te haré chillar como perra en celo, Rocío.

Me puso a tope eso. Lo abracé y lo besé. Fue tan eléctrico el choque. Eléctrica la sensación en mi boquita recibiendo las caricias de la lengua de él, recibiendo sus manos en mi culo, esas poderosas manos que me apretaron las nalgas. Se levantó de la silla y hábilmente, con sus fuertes brazos, me cargó. Me iba a llevar a su habitación pero yo le puse una mano en su pecho para gemirle:

-Sebas… no, no, no… quiero hacerlo aquí, en la mesa.

-¿Qué? Será más cómodo en una cama.

-Aquí o en ningún otro lugar, es que me parece más morboso aquí – evidentemente quería que la cámara nos filmara, y jamás en la vida a mí se me ocurriría llevarlo a mi habitación, que es sagrado para mí. Y en su habitación ni en sueños, que no pienso acostarme donde esa putita de su ex gozaba como perra.

-Qué rara eres, Rocío. Pero en serio esa carita de vicio que tienes me vuelve loco, así que por ti iría hasta el fin del mundo.

El chumino estaba chorreando, la verdad, ya entendí por qué tenía tantas novias, sabía cómo hablar a una puta. Me sentó sobre la mesa, quitó los platos rápidamente, me subió la faldita, remangándola en mi vientre. Posteriormente me quitó la remerilla mientras yo gemía como una putita a cada tacto. Libre de ropas los dos, le abracé con mis piernitas y atraje su pelvis contra la mía, sintiendo su polla creciente contra mi chochito.

Me tumbó contra la mesa y se inclinó para chupar mis pezoncitos. Yo gemía un poco, trataba de atajarme porque quería que pareciera que yo le estaba haciendo un favor, que apenas iba a disfrutar con él. Pero por más de que lo intentara, mi hermano me conocía más bien que yo misma, sus manos me apretaron fuerte de la cintura –me encanta eso-, y puso la punta de su pene entre mis hinchadísimos y mojados labios. Dejó de chupar mis tetas y me habló:

-Rocío, quiero que me ruegues que te folle.

-Ufff… En la p-u-t-a vida, Sebastián, mmmfff, aaghhmm…

Su polla ahí se sentía riquísima, caliente y palpitante a la espera de entrar. Si fuera por mí, que me la metiera hasta el fondo, que ya he soportado bastante sin follar.

-No te la voy a meter hasta que me lo ruegues, flaca.  

Con sus dedos empezó a jugar con mi clítoris. Es mi punto débil, volví a entrecerrar mis ojos y a babear como perra sin siquiera ser capaz de pronunciar palabra alguna. Parecía que hablaba en un idioma extranjero, o que estuviera poseída:

-Diosss… mmfffff… sigue soñandooooo… cabróoon… ufff…

Volvió a chupar mis tetas. Joder, yo quería que me metiera la lengua hasta el fondo de la boca, y luego su polla hasta mi garganta, pero se ve que había que explicárselo con carteles y señales de humo o algo así. Mi cuerpo entero me pedía carne, más carne.

-Rocío, si no quieres pues me voy a la sala, que ya va a jugar Peñarol.

-Vaaaaleee…. Joddderrrr… métemela, Sebas… por favoooor, estoy cansada de que siempre me dejen a medias, cabróooon…

-¿Mande, chica? No entendí una mierda. Repítelo más lento.

El desgraciado no dejaba de masturbarme, de restregar su polla por mis labios que ya estaban hinchadísimos. Sin quererlo yo ya estaba empujando mi caderita contra la suya para comer ese pedazo de tranca que se gastaba.

-Que me la metasssss… que me la metassss de una vezzzz que no aguanto mássss… uffff…. Me voy a correr antes de que me la metassss hijoputaaa…

-¿Eres mi putita, vas a ser mi putita?

-Síiiii, toda tuyaaa… solo mételaaaaa…

Fue un poco doloroso porque, al plegar su polla en la raja, presionó con mucha fuerza. Grité un poquito fuerte y rápidamente atraje su cuerpo para que se recostara sobre mí, le arañé con fuerza su espalda. Para no seguir gritando le mordí el cuello, pero él aguantó como un auténtico macho mientras su enorme verga se abría paso en mi calentito interior.

Los dos jadeábamos mirándonos mientras su cadera describía un violento ir y venir que me ponía como loca. Quería decirle que lo amaba, seguro que él también, pero algo en los dos nos lo impedía. De todos modos yo estaba más que contenta, tras casi semana y media de dejarme cachonda, por fin podía desquitarme. No sé si fue plan de mi instructor, pero ya no importaba.

Sebastián se sabía trucos. Su polla describía ligeros círculos dentro de mí, antes de entrar hasta el fondo. Lo retiraba un poquito y volvía a dibujar formas circulares. Mis piernas y  brazos colgaron rendidos, ya no podía controlarlos, mi boquita ya no decía nada entendible, solo mascullaba y gemía como cerdita. De vez en cuando él me besaba y chupaba mis labios. Mis ojos ya no veían nada, era todo blanco, me sentía en el cielo. Ni mi instructor ni los negros sabían follar como él.

A lo lejos escuché mi móvil, me devolvió al mundo real, seguramente era mi novio que me llamaba pues ya regresó de su viaje familiar. Pero me importaba una mierda él. Así como mi hermano rompió con su novia para estar conmigo, yo no tendría problemas en cortar con él. Sebastián miró mi móvil y empezó a reírse. Luego me besó con mucha fuerza, lamió mis labios y luego mi sonrojada mejilla. Fue cuando empezó follarme más duro, más rápido. Seguramente quería que me volviera más loca hasta el punto de olvidarme del móvil. Y así fue, me rendí ante su hermosa y venosa polla que se encharcaba de mis jugos.

 -Me voy a correr, Rocío, mmff.

La mesa parecía que iba a romperse de tanto tambalearse.

-Hazlo dentro, por favor, mmm… ufff… he tomado la píldora…

-Eres una putita en serio, te has preparado bien, ¿no? Mmfff…

-Fue coincidencia que la tomara hoy, pensé en salir con mi novio, cabronazo… uuuuffff… -mentí descaradamente.

Me tomó fuerte de la cadera y su cara se puso muy rara. Jadeó muy fuerte y sus ojos parecían querer ponerse en blanco. Me la metió hasta el fondo y sentí toda su leche caliente dentro de mi chochito. Estuvo dándome tímidamente unos segundos más hasta que se retiró de mí. Yo estaba muerta, feliz pero muy cansada, tirada sobre la mesa con la baba escapándose vulgarmente de mi abierta boca. Desde allí le pregunté débilmente:

-Oye, Sebas… ¿Ha sido mejor que con tu novia?

-No, para nada. Con ella fue mejor.

-Eres un hijo de puta.

-Si me la chupas, vaya… entonces sí serás mejor que mi novia, Rocío. Ya te dije que ella es una remilgada.

-No voy a chuparte nada, idiota, sigue soñando. Extírpate las costillas y chúpatela tú mismo.

-Lo que tú digas, flaca – se sentó en la silla y abrió sus piernas. Puso sus manos tras su nuca y me sonrió.

-No me llames flaca, Sebastián, ya no más.

-¿Y cómo quieres que te llame, Rocío? Seguro que eres torpe chupando pollas.

Me levanté. El cabroncito iba a ver lo que era una buena mamada, sí señor. Tenía que apurarme, que realmente quería ver a mi novio esa noche porque hacía días que no estaba con él. Vale, pensé en cortar mi relación solo por la calentura, pero Christian (mi novio) es demasiado importante para mí. Seguro que también querría algo de mí esa noche, pero yo estaba un poco adolorida porque mi hermano fue muy bruto. Y eso que al día siguiente teníamos más clases de tenis, no habría descanso.

Me arrodillé y agarré su enorme tranca como si de una raqueta se tratase:

-Llámame “putita”. Soy tu putita, cabrón.

Continuará, si eso quieren ustedes. Espero q a alguien le haya gustado porque a mí sí. Nuevamente mil perdooooones si he cometido errores, es mi segundo relato ya.

Un besito.

Rocío.

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