Me desperté en la cama de Miguel. La cabeza me martilleaba ligeramente por el vino. Estaba sola y desnuda, recordando cómo tuve que calmar mi calentura masturbándome a su lado, casi humillada, dominada por mi sexo. Él no estaba, pero había subido mi móvil y lo había dejado encima de la mesita de noche junto a una nota: “dile que no vas a hablar con él hasta mañana”. Le mandé un mensaje diciéndole eso, poniéndole la primera excusa que se me ocurrió.

Abrí su viejo armario. Había ropa militar. No se había molestado ni siquiera en retirar los recuerdos de su abuelo. Cogí una de sus camisas para taparme un poco, por no andar desnuda por la casa. Por las escaleras subía un agradable olor a café recién hecho, cubriendo el olor a madera que impregnaba la casa. El suelo crujía cuando avancé hacia la planta baja. Escalón a escalón me iba acercando a su prometida despedida.